L’alegria

de Marilia Samper

Extrarradio de una ciudad. Barrio obrero de viviendas baratas de protección oficial. Una zona pobre, degradada y olvidada por donde no quisiéramos pasar. Julia vive de alquiler con su hijo Eli, que tiene parálisis cerebral. Eli tiene 20 años y no habla, no puede caminar y ve pasar los días, uno tras otro, en su silla de ruedas. Pero Eli puede sonreír, y también sabe acariciar. Julia lo cría con ternura y atención, sin lamentos, con alegría. Una mujer sin estudios ni recursos, que trabaja hasta deslomarse para poder vivir en condiciones mínimas, que no son las adecuadas para alguien como Eli.

El chico ha crecido, y Julia tiene una hernia que no le permite cargarlo en brazos, como hacía siempre, para poder bajar con él los nueve peldaños de la entrada y llevarlo a la calle. Así que ya no sale de casa. Julia está empeñada en resolver esta situación haciendo construir una rampa por la que poder bajar la silla de ruedas de su hijo.

Pero una simple rampa puede resultar una empresa imposible cuando todas las condiciones son desfavorables y si su consecución depende de la voluntad y de la bondad de los demás.